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Astronomía en Villa Eloísa


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Villa Eloísa

Ojo con el Telescopio

Extrañaba las charlas y las observaciones con los chicos y vecinos de mi provincia, ayer pude darme una panzada de astronomía en la hermosa Villa Eloísa. Si querés me acompañas en un breve resumen de la aventura. Si te aburre leer dale una vista a las fotos que casi hablan solas de la alegría y el entusiasmo que el cielo infunde en todos nosotros.

Antes de salir tuve una alegría y una sorpresa, Mimoni me acompañaba, hacía tiempo que esa remolona no se subía a Quéchatitache (nuestro móvil astronómico, una Kangoo 1.6 16 valves) para acudir a estas charlas y observaciones ofrecidas por la Secretaría de Ciencias de la Provincia de Santa fe. En efecto, hace años que la administración provincial ofrece para toda localidad este tipo de eventos (y otros, mucho más ricos) donde los vecinos pueden preguntar sus dudas, contar sus experiencias y observar el cielo con los mejores telescopios. Si vivís en La Bot y te interesa, te dejo el link para que podamos encontrarnos.

Llegar a Villa Eloísa fue una aventura en sí misma porque tuvimos que traspasar el Carcarañá. Si lees esto desde Europa te cuento que el Carcaraña es un río más que machazo y que en estos días trae más aguas y zozobras que la posibilidad de que un improvisado como el señor Del Sel llegue a la gobernación. Unos kilómetros antes de llegar al cauce el reflejo de sus aguas tumultuosas ya se unía y levantaba vuelo con el cielo, como dijo para siempre el poeta rosarino. Tuvimos que frenar a cero sobre el puente, no por miedo a un derrumbe, sino porque la mucha gente se amontonaba allí expectante de los borbotones y la espuma que esa agua incontenible producía debajo del –espero- sólido puente. A oriente y poniente el rio se desborda y amplía en un mar pampeano que sumerge campos y tranqueras. Las lluvias han sido intensas y ya se aprecia la destrucción del medio que hemos causado con los monocultivos y los desmontes.

Villa Eloísa es un pueblo precioso, tiene una iglesia de magnífica fachada, una plaza tan linda como la risa de mi nieto y una biblioteca pública nueva, amplia y acogedora como tantas otras que pude visitar en estos últimos años, ahíta de libros, las paredes pulcras, los bancos nuevos, los equipos todos. Apenas entramos le eché ojo a estos y otros detalles, pe-cés, globos terráqueos, pantalla para proyecciones o cine, en fin, todo lo que una sociedad culta requiere para serlo cada día un poco más.

Los chicos llegaron muy temprano porque su entusiasmo los traía de las narices. Media hora antes comencé con mi cháchara acerca de los telescopios. Cuando uno tiene el lujo de poder hablar de lo que ama no mira los relojes, apenas alguien le muestra una oreja ya empieza a hablar. Estos chicos y chicas pronto me ayudaron a armar los teles y a pasar un rato que no olvidaré así nomás, porque cada pequeño con sus preguntas siempre me entusiasma más que cuando empecé, hace cinco años, a andar los caminos de dios con las estrellas en un saco.

Uno siempre se forma una idea de lo por venir. Esperaba una jornada intensa pero la cantidad de participantes y su infinita curiosidad y amabilidad me dejó pasmado. No hubo un niño que tuviera un acto impulsivo, los telescopios estuvieron toda la noche afuera y todos hicieron su larga cola para mirar Júpiter son sus satélites galileanos, Sirius con su mucho brillo, M42 con su pájaro de amplias alas y su nidito de estrellas nuevas, Betelgeuse con su rojo fuego, y hasta Sigma orionis con su mucho número de estrella múltiple, pues de todo esto y otras cosas ya habíamos charlado durante la proyección.

Cuando le contás a una persona nueva en la observación del cielo que algunas estrellas vagan solas -como quizá lo haga nuestro Sol- pero que muchas vagan en compañía y se les llama dobles, y que hay aún otras que no son una ni dos, sino que tres, cuatro, cinco, o incluso muchas más, y que si eso sabemos no es ya por la simple y buena vista, por los telescopios magníficos que ofrecemos a todos y todas, sino por complejos recursos como la obtención de un espectro, o la medición paciente de intensidades en sus brillos aparentes, no hay vez que la mirada se les aguce y que la imaginación se les dispare. Uno no se cansa de ver esta reacción, es la reacción que la sorpresa y la razón producen en el cuerpo. Si amamos todos la ciencia es porque ella como el arte produce placer, el placer que uno experimenta al escuchar a Mozart, es el placer que sentimos al comprender una razón, al incorporar un concepto, al imaginar una causa. Siempre me esfuerzo porque el conocimiento astronómico -y de las ciencias todas- sea algo sencillo, simple, lógico pero cotidiano, a su vez. Los hombres olvidamos que la ciencia es simple, es fácil, es natural. La ciencia la hacemos todos, casi sin saberlo, cuando niños, y después le olvidamos, después ingresamos muchas veces en círculos de aprendizaje que no incluyen el hecho científico, y entonces, el aprender puede llegar a ser tedioso. Pero si recuperamos el método de experimentar, la costumbre de preguntarnos sobre todo: ¿por qué unas estrellas son roja, otras blancas otras azules? ¿Por qué unas estrellas brillan más, otras menos? ¿Cómo es que sabemos su distancia? ¿Cómo sabemos qué materia les forma? ¿ Por qué se mueven en apariencia todas juntas? ¿Cómo nacen, cómo mueren, si es que lo hacen?

Estas preguntas y decenas más hicieron ayer los niños, los adolescentes, los adultos, los más grandes, porque todo esto apasiona a la gente. Y nada hay como seguir nuestra pasión, vaya si lo sabré.

No puedo acordarme ahora de todo, mucha magia aportaron todos, muchas anécdotas que recordaré en el transcurso del día, pero no quería irme a dar clases esta mañana sin contarles sobre lo que ayer vivimos.

Pensé en mi viejo ayer, y algo conté sobre él, lo usé para un ejemplo que siempre atrapa.

Nos volvimos a las once y media de la noche, después de despachar unas pizas exquisitas.

En medio de la noche y de la ruta paramos sobre una banquina. La Vía Láctea brillaba de un modo increíble y a la constelación de polvo -la llama que los originarios veían en las manchas oscuras (los americanos tenían constelaciones estelares y también las oscuras, formadas por las amplias manchas de polvo que se alojan en el brazo de la galaxia)- solo le faltaban la patas pero la cabeza (el Saco de Carbón, en Crux), el cuello y el cuerpo se destacaban nítidos, es notable la calidad de algunos cielos santafecinos.

Los y las dejo, porque ya debo ir al cole. Abajo las fotos que tomó Mimoni.

Hasta la próxima.

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